Hace muchos años, caminando con un amigo alemán por su pueblo, llegamos a una pista que separaba las últimas casas del pequeño pueblo del comienzo de los campos. Me llamó la atención que existiese un semáforo en ese lugar y miré a ambos lados de la angosta carretera. No había ningún vehículo ni persona al alcance de mi vista y el semáforo estaba en rojo. Le pregunté a mi amigo por qué no cruzábamos y me respondió que sería muy mal ejemplo si nos viese un niño haciendo eso.
Por mucho tiempo he contado esta historia por parecerme de un comportamiento ejemplar. De hecho lo sigue siendo pero nunca se me ocurrió que podría ser superada.
Hace unos días, revisando algunas historias y anécdotas sobre Japón, leí el relato de un extranjero que vivió una historia exactamente igual a la mía pero en ese país. En las mismas condiciones le hizo la misma pregunta del semáforo a un japonés. Lo que éste contestó cambió mi manera de ver la anécdota anterior. Pienso ahora que aún mejor que dar un buen ejemplo, es educar sobre la honestidad y el honor. El japonés respondió: “nadie nos está mirando pero me estoy viendo yo”.
-HVG
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