En mi colegio, como en la mayoría de colegios nacionales, el nivel
de inglés era paupérrimo. Íbamos pasando de año, pero cada primer día de
clase subsiguiente, el profesor de turno entraba al aula y escribía en
la pizarra: “to be”. No entendía cómo algunos de mis compañeros podían
desaprobar el curso, si con 2 oraciones estabas al otro lado: “Padre
Nuestro y Ave María”. De verdad, con saber “this is a pencil” y “I´m a
student” estábamos bien.
Lo que sé del idioma inglés, que
en realidad es de un nivel intermedio, se lo debo a mi abuela que
ofreció pagarme las clases en un instituto. Ella era generosa en sus
impromptues, hasta que se aburría; por eso, había que aprovechar
inmediatamente. “En la tardanza está el peligro y en la prontitud el
alivio” -decía mi abuela. Yo no vivía con ella y en mi casa no había
mucho dinero; así que me iba caminando al instituto cultural muchas
veces y muchas otras no muy bien vestido. Y esto último es el tema de
este relato.
Un sábado por
la mañana, en pleno invierno, fui a mis clases de inglés en mangas de
camisa. No tenía mucho frío porque en realidad nunca fui friolento; pero
si hubiese tenido a la mano una chompa, me la hubiera puesto. Estando
ya en el aula con mis compañeros de clase, ingresó la profesora como
siempre hablando en inglés y nos dijo que esa clase no estudiaríamos
sino que conversaríamos exclusivamente en inglés. No tendría ella mucho
tema de conversación porque decidió iniciar la plática preguntando si yo
no tendría frío. Me quedé mirándola sorprendido e insistió
burlescamente con algo así como “Is it that you are not cold?” Hasta ese
momento, nunca me había importado ni mortificado el cómo iba yo a las
clases que tanto disfrutaba. Me sentí muy mal de que me ponga en
evidencia, pero le contesté perfectamente en inglés (de Oxford diría yo)
que me sentía muy bien así.
Yo tendría unos 14 años, pero ya entonces nadie me pisaba el poncho (como también diría mi abuela). Fui a la Dirección del Instituto e hice mi reclamación con el director. Nunca más vi a la profesora por allí.
Como con todas las cosas malas que suceden, la buena lección fue que hoy en día tengo mucho cuidado con opinar sobre una persona considerando su vestimenta; en realidad podría ser una cuestión de recursos económicos. Podemos ver a una muchacha con un vestido de verano en pleno invierno y pensar que es exhibicionista; o una mujer con leggins mostrando algo de celulitis y preguntarnos cómo no se da cuenta que le queda mal; o a un hombre con un saco que no combina y opinar que tiene mal gusto. Quizá estas personas, sobre todo si son jóvenes, podrían estar empezando y lo único que desean es salir adelante.
Todo esto, lo recordé esta fría mañana de invierno, porque vi a una gordita con un short que le quedaba fatal, jajaja.
Yo tendría unos 14 años, pero ya entonces nadie me pisaba el poncho (como también diría mi abuela). Fui a la Dirección del Instituto e hice mi reclamación con el director. Nunca más vi a la profesora por allí.
Como con todas las cosas malas que suceden, la buena lección fue que hoy en día tengo mucho cuidado con opinar sobre una persona considerando su vestimenta; en realidad podría ser una cuestión de recursos económicos. Podemos ver a una muchacha con un vestido de verano en pleno invierno y pensar que es exhibicionista; o una mujer con leggins mostrando algo de celulitis y preguntarnos cómo no se da cuenta que le queda mal; o a un hombre con un saco que no combina y opinar que tiene mal gusto. Quizá estas personas, sobre todo si son jóvenes, podrían estar empezando y lo único que desean es salir adelante.
Todo esto, lo recordé esta fría mañana de invierno, porque vi a una gordita con un short que le quedaba fatal, jajaja.
-HVG
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